El ruido del tren y la gente corriendo me advirtieron que ya llegaba y, contagiada por la falta de tranquilidad, aceleré el paso y me metí. Nada más entrar me fijé en todos los carteles de planos de la red de metro. Yo pensé que solo había una línea con una dirección y en las dos direcciones. Aquello era un entramado de rectas que se asemejaba a los laberintos de los pasatiempos que hacía mi hermano Felipe. Ahora cómo llegaría hasta mi destino. Me senté para intentar tranquilizarme y enfrente mía había un hombre lleguendo el periódico. En la contraportada anunciaban hostales y hoteles. Me fijé uno que estaba en la calle Príncipe, igual que como yo le llamaba a mi hermano. Sería una señal. Se llamaba Hostal Regional y ponía que las habitaciones estaban limpias y eras cómodas. Había cocina para los clientes y que a pesar de no ser un sitio lujoso era agradable. Por lo visto estaba en pleno centro de Madrid. El precio me pareció adecuado: 14 euros la noche.
Pregunté a una mujer cómo se llegaba y me explicó que tenía que hacer varios transbordos. Uno me llamó especialmente la atención: Avenida de América, pasando por una estación que si no recuerdo mal se llama Esperanza. Quién sabe. Quiza sea una señal de buena suerte.
Pregunté a una mujer cómo se llegaba y me explicó que tenía que hacer varios transbordos. Uno me llamó especialmente la atención: Avenida de América, pasando por una estación que si no recuerdo mal se llama Esperanza. Quién sabe. Quiza sea una señal de buena suerte.
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