domingo, 14 de noviembre de 2010

Cuento 3: Grabiela

Aspirar la alfombra, limpiar el polvo, fregar el suelo, hacer la cama, recoger las toallas sucias y cambiarlas por unas nuevas, desinfectar el baño y por último pero no menos importante, colocar un bombón encima de la almohada. Ya procuraba Graciela seguir este orden para que no la echen del trabajo que acaba de conseguir con mucho esfuerzo en el Hotel Palace dos meses después de haber llegado a España y gracias a la recomendación de un amigo suyo que también trabaja allí.


Cada mañana que Gabriela abre la puerta de alguna habitación 'vip' comienza a volar su imaginación; deja de ser la mujer de la limpieza para ser una importante ejecutiva de altos cargos, una cirujana cardiovascular pediátrica o la ministra de Cultura. Cualquiera persona a la que su madre le hubiese gustado que fuese, "tu eres una mujer muy grande,Graciela, no te conformes con cualquier cosa"- le solía decir cuando vivía en Bogotá. Y ahí estaba Gabriela, con las narices de frente a la habitación V15. Se preguntaba qué se encontraría hoy. A veces se sorprendía de lo poco higiénicas se podían llegar a ser las mujeres que se dejaban ver por los pasillos del hotel tan finas y delicadas. Hoy tocó jugar a ser la hija de un poderoso juez. Tocar los tacones de 1500 euros le ayudaban a meterse en el papel. Gabriela calculaba mentalmente y con ese dinero le daría para su ropa de diez años. Unos golpes impacientes en la puerta la sacaron de su sueño.
-"¡perdone, nadie le ha dado permiso para entrar en mi habitación! Me he bajado a desayunar y no me ha dado tiempo a recoger mis objetos personales. Espero que no falte nada."- gritó la clienta de la habitación.
-"¡lo siento señora, así lo hacemos aquí!, pero no volverá a pasar".- contestó Gabriela.
- "¡váyase de inmediato por favor, tengo muchas cosas de valor para que usted esté merodeando por aquí!"-
'Qué humor gasta la señora"-pensó Gabriela- 'la debe haber llegado el recibo de los tacones'- se río ella sola.
Pero no se lo pasó tan bien cuando su jefe, media hora despuñes, le avisó que la clienta de la habitación V15 pretendía denunciar al hotel y a ella misma pues estaba convencida que le habían hurtado un broche de oro valorado en 25.000 euros.


Pálida se quedó Gabriela, pero aún más cuando se vió en la calle, despedida dos días después porque no había aparecido el broche y....el cliente siempre tiene la razón. Gabriela se sentía humillada.
La clienta, no contenta con el despido, decidió solucionarlo de forma personal y llamó a su padre para que moviese unos hilos.
-" ¡Papi, no te vas a creer lo que pasó el otro día!...[...]
- "¡Pero si el broche te lo llevé a limpiarlo hace tres semanas a la joyería y sigue allí!, como dijiste que ya no te gustaba, no te lo recordé".

Zás, no sabía si lo que sentía en aquel momento era vergüenza por cómo iba a explicar todo y por cómo había sido capaz de llegar tan lejos y culpar a una mujer sin prueba alguna. La joven llegó a la conclusión de que no se debe hacer caso de los estereotipo y es que....La clienta siempre tiene la razón.


¿no sentiriaís algo más que vergüenza?

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