Hoy es el gran día. He decidido comer pronto en el hostal para luego tener tiempo para preparar las cosas.
En la página web de la universidad ponía que mi clase era la aula 18, dentro de la facultad de medicina, y que la presentación empezaba a las cinco de la tarde. La verdad es que he tenido mala suerte al tocarme turno de tarde.
“Perdone, ¿la boca de metro de Sol?”- “¿cuál de ellas? Por que hay cuatro.” – Porque cuando se tiene más prisa parece que todo se pone en tu contra; son las cuatro y media y llego tardísimo. No llego al metro y todavía no sé cómo se llega. Improvisaré.
Ya estoy en la línea 6 de metro y me queda una parada para llegar a Ciudad Universitaria. Ya empiezo a sentir unos retortijones en la tripa que no me dejan pensar claramente. Se abre la puerta del vagón y, contaminada del estrés madrileño, salgo escopetada escaleras arriba, confiando en que por algún casual se haya retrasado veinte minutos la presentación. Consigo subir a la calle, por fin aire puro, me hará falta para mi último “sprint” con objetivo Aula 18. Mientras estoy subiendo las escaleras de la facultad de Medicina me topo con una joven, y nada más lejos de mi intención, la pisé. Y ella me dio una cálida bienvenida al mundo universitario: “subnormal, aprende a andar”. Espero que mi pisotón no le doliese tanto como a mí su insulto. ‘Sí que empiezas con buen pie, Esmeralda’-pensé.
Por fin llego al aula 18, y parada ante el picaporte de la puerta, 25 minutos tarde, divago sobre si de verdad merece la pena entrar y que todo el mundo clave su mirada en mí; llamar la atención es una de las cosas que más detesto. Pero de repente me viene a la mente la frase que mi madre me repetía constantemente en Trinidad: ‘estudiar una carrera te abrirá las puertas al futuro”. Decidido, abro la puerta a mi futuro.- “perdone,¿se puede pasar?”.
Foto: francescesteve.es
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